jueves, 8 de noviembre de 2018

Ofrenda a lo eterno

Agua

¡Ya me voy! -Les dije- 
Todos sonrieron y agitaron suavemente sus manos diciéndome adiós. 
Afortunadamente nadie lloró demasiado.


Sal

Envolví cuidadosamente mi aprendizaje en una seda blanca por si en el camino me surgían dudas; la paz de la realización la vacié en un bote azul con el espacio preciso, para que no apareciera la exageración cuando se me preguntaran mis logros; en la cartera guardé escritos  cinco consejos de ancianos, por si alguien me pedía saber sobre la dificultad de vivir; encerré dentro del corazón tres recuerdos de amor verdadero, hondo, del alma, para aquel que me cuestionara lo eterno; eché dos suspiros sinceros y profundos en frascos de cristal por si necesitaba aliviar el impacto; me unté media pizca de risa en el rostro por si el llanto aparecía ante la partida; bebí un chorro de valentía para dar el salto. Cerré los ojos y en esa cama vi dentro de mí viajes, personas, animales, espacios, ciudades, luchas, historias, hechos, canciones y sensaciones y en un instante, después de haber mirado hacia atrás, llegué aquí. 


Veladora

No quiero arruinar el relato explicando qué hay después de cruzar el umbral de luz. Costumbres en vida sugieren que no hay un final total. Por ejemplo, en México, se colorea a la muerte y se festeja como si estuvieran seguros de que existe una eternidad y por lo tanto, no cabe la tristeza del adiós definitivo.Varios tienen razón sobre la existencia de una infinitud en la cual, todos los tiempos son posibles:

Hace siete días era un anciano que estaba en una cama partiendo previo al día de muertos. Ayer, era un niño que en el panteón contemplaba la ofrenda con mi nombre de la mano de mi madre. Hoy, escribiré desde mi nuevo traje de piel la verdad de lo que, en vida sobre la muerte, nadie sabe.

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